Ecopsicologia
ecologia espiritual

Radek Volynskiy

Parábola sobre el Gran Boticario
y sobre la piedra filosofal*

En tiempos remotos, llamados ahora «Edad Media», en Europa corrían leyendas sobre un Hombre Que vivía eternamente. Nadie supo de qué lugar vino Él ni a cuál iba. A veces Él se convertía en un consejero para los monarcas. En otros casos se presentaba como un sanador. De cuando en cuando, Sus ideas inspiraban a filósofos, poetas, pintores… Sin embargo, todo esto era simplemente una manifestación de aquello más importante que seguía oculto e indescifrable.

Hasta ahora podemos encontrar en los manuscritos antiguos la mención de un Amigo Divino, de Quien, después de encontrarse con Él, las personas conocían la Verdad. Muchos creen que es una ficción, pero Él realmente vivió durante muchos siglos para que la comprensión, la conciencia, el amor y el conocimiento del alma y de Dios crecieran entre las personas.

* * *

En aquellos tiempos remotos vivía un chico. Le llamaban Enrique. Era undécimo hijo del dueño del matadero. Sus hermanos mayores ayudaban al padre, mientras que él se quedaba con la madre y le ayudaba en sus labores domésticas.

Sin embargo, un día llegó el momento en el que su padre le ordenó aprender su oficio: matar a los animales y convertir sus cuerpos en carnes, pieles y huesos.

Enrique se resistió. Dijo que ¡nunca mataría!

«¡Si es así, entonces no comerás nada hasta que entiendas con qué labor ganamos dinero!».

«¡Aun así no mataré! ¡Prefiero morir!», contestó Enrique a su padre.

Aquella resistencia se mantuvo durante varios días, en los cuales el padre descargaba su cólera en la madre que trataba de proteger, en la medida de lo posible, a su hijo.

Y entonces Enrique huyó de la casa.

* * *

Vagabundeando de una pequeña ciudad a otra, un día Enrique llegó a la capital.

Muy a menudo no lograba ganarse la comida porque nadie le contrataba viendo su debilidad provocada por el hambre.

No obstante, una vez un señor en ropas de terciopelo fino le ofreció un trabajo poco remunerado: le pidió que llevara varios libros, en unas cubiertas de cobre muy pesadas, a su casa.

Enrique aceptó su propuesta.

Cuando ellos se acercaron a la casa del señor, Enrique leyó el letrero: «Maestro Fransua, el Boticario».

Después de entrar en la casa, el Maestro Fransua le iba a pagar a Enrique. Pero al no haber encontrado dinero sencillo, subió por la escalera dejando intencionalmente su bolsa abajo. Enrique miraba la bolsa con las monedas de oro, pero no pudo robarla.

El Maestro Fransua regresó pronto, miró con ternura a Enrique y, entregándole su dinero suelto, pero ganado honestamente, dijo: «¡La honestidad es un buen comienzo para una buena vida! Yo necesito a un joven que pueda entregar los medicamentos. Si quieres, podrías ser mi ayudante y aprendiz».

Así fue como Enrique se quedó en la casa del Maestro Fransua.

* * *

La casa en la que pasó a vivir Enrique era extraña. Las reglas establecidas aquí por el Maestro Fransua lo sorprendían al principio, pero con el tiempo se volvieron habituales y hasta agradables.

La primera regla era la Pureza.

Esta regla decía que no solamente tus cosas y también pisos, mesas y anaqueles de la casa deberían estar limpios, sino que todo debería estar limpio. Esto implicaba también que uno debería lavar su cuerpo a diario, mantener puros pensamientos y emociones y alimentarse de una forma limpia. Nadie nunca comía cuerpos de animales en aquella casa. El Maestro Fransua decía: «¡Hay que empezar la purificación y la transformación del mundo a partir de uno mismo!».

La segunda regla era el Trabajo.

En la casa cada uno tenía su quehacer y lo realizaba con ganas. El Maestro Fransua no aceptaba el trabajo de los sirvientes ni de los esclavos. Él solía decir:

«Un esclavo o sirviente hace algo solamente porque lo obligan. Un hombre libre, en cambio, trabaja cuando puede y quiere, comprendiendo que esto es necesario.

»¡La Libertad se alcanza solamente después de vencer al esclavo dentro de uno mismo!».

La tercera regla era el Silencio.

En la casa del Maestro Fransua siempre reinaba una atmósfera de tranquilidad que enseñaba a ver la Existencia verdadera y a percibirse como su integrante.

«¡No hay que pronunciar en voz alta cada pensamiento que viene a tu cabeza! Detén tu habla, sumérgete en el silencio, y entonces, en nueve de diez casos, no dirás ni una sola palabra.

»Pero aquello que digas será verdaderamente importante. Así dejarás de perturbar el silencio con tu palabrería.

»¡Sólo con esta condición tus palabras serán una porción del elixir viviente para otras almas!», así enseñaba a los principiantes el Maestro Fransua.

La cuarta regla era el Aprendizaje.

El Maestro Fransua decía:

«Cuando uno deja de conocer lo nuevo y de desarrollarse, da su primer paso hacia la muerte, porque la vida del alma en el cuerpo se vuelve inútil.

»¡Lo importante es saber aplicar el conocimiento, y no sólo tenerlo! En verdad, hay pocas cosas que debemos saber. Y después de conocerlas, hay que aprender a pensar operando con el conocimiento obtenido. Esta es la llave de la sabiduría».

La quinta regla era el Amor.

El Amor unía a todos los que vivían en la casa del Maestro Fransua. El Amor también era el fundamento de los métodos que ellos creaban para sanar a las personas.

El Maestro Fransua no hablaba mucho del amor, pero cuando hablaba, sus palabras quedaban en la memoria por mucho tiempo.

«El Amor es una condición indispensable para desarrollar la sabiduría. ¡La sabiduría es imposible sin el amor cordial!

»¡El Amor es aquello que puede transformar a una persona ordinaria en una Persona Divina!».

* * *

A Enrique le gustaba aprender. Él tenía una excelente memoria y una mente escudriñadora.

Todo lo que su Maestro le proponía estudiar estaba lleno de sabiduría. Así eran, por ejemplo, los Evangelios.

El Maestro Fransua explicaba:

«¡Para poder sanar a la gente, no es suficiente conocer sólo la estructura del cuerpo! ¡Pues el hombre es un alma y su cuerpo es simplemente su recipiente temporal! Por lo tanto, para sanar al hombre, se necesita no solamente tener el conocimiento sobre las hierbas medicinales, sobre los minerales, sobre los órganos del cuerpo y sobre los procesos que tienen lugar en el organismo entero, sino también el conocimiento sobre el alma.

»Y este conocimiento, así como el conocimiento sobre Dios, puedes obtenerlo de las palabras de Jesús».

Enrique objetó:

«Pero para aquellos que no tienen el título de sacerdote, les es prohibido leer la Biblia».

«¡No tengas miedo, porque el miedo es un mal maestro!

»¡Lo que te sugiere el miedo lleva solamente a la obediencia esclava, a la vileza y al desarrollo de la capacidad para traicionar!

»¡Nunca hagas caso de aquellos pensamientos que el miedo, la pereza o la ira te cuchichean!

»Y una cosa más: ¡nadie debe ponerse entre el hombre y Dios! ¡Cada persona responde directamente ante el Creador por todo lo que hace o no hace en su vida! ¡Así que, uno debe aprender a experimentar y a entender a Dios personalmente!».

De esta manera, poco a poco, el Maestro Fransua acercaba a Enrique a aquello que él llamaba la alquimia del alma.

«La verdadera alquimia es el conocimiento sobre cómo uno debe perfeccionarse.

»El hombre debe aprender a reconocer dentro de sí lo alto y lo bajo, lo ligero y lo pesado, lo bueno y lo malo.

»Los vicios o defectos inmovilizan el alma con su peso y no le permiten salir de los estados inferiores, groseros. ¡Por lo tanto, los defectos son aquello que uno debe vencer primeramente!

»Sólo aquel que se entrena en el autocontrol en cada momento, y no solamente de vez en cuando, se acercará al estado perfecto».

* * *

El Maestro Fransua podía explicar todo de una manera extraordinaria. Él tomaba ejemplos sencillos de la vida y los usaba para explicar grandes verdades.

«Existen las Leyes de la Existencia creadas por Dios, Leyes que rigen el desarrollo de la vida en la Tierra y en el universo entero.

»Mira, la piedra que estoy sosteniendo caerá a la tierra en el mismo momento en el que deje de sostenerla. Puedo repetirlo muchas veces y el resultado siempre será igual. Todo lo material que se encuentra sobre la superficie de la Tierra es atraído al planeta. La materia atrae a la materia. Así funciona la ley de la atracción.

»Pero en el mundo de las almas también existe un fenómeno similar. Las almas humanas (y no sólo las humanas) se atraen y se unen por el amor.

»Dios —el Creador de todo lo existente— ama a Sus hijos. ¡Y si uno también ama a Dios, entonces surge la atracción de una gran fuerza! ¡Esta fuerza supera, en un número incalculable de veces, todo lo que conoces!

»¡De esta manera Dios guía a las almas hacia Él! ¡De esta manera funciona la Ley del Amor!

»Puedo contarte también sobre la ley del odio. Si te golpeas contra una piedra puntiaguda y en venganza la golpeas nuevamente, padecerás el dolor otra vez. Así funciona el mecanismo de venganza, de ofensa, de ira… Y así continuará hasta que comprendas —a través de dolor— la Ley del Amor.

»¡Dios no castiga al hombre! ¡El hombre mismo es quien se castiga violando las Leyes de la Existencia establecidas por el Creador!

»Por el contrario, el que vive de acuerdo con estas Leyes Divinas de Amor y de Armonía es feliz en esta vida y en la póstuma.

»Dios no ha creado nada malo. ¡Es el hombre quien usa mal aquello destinado para el bien! ¡Y es capaz de convertir toda su vida en un infierno! Y después el hombre mismo ruega al Creador: “¡Sálvame!”. ¿No es un absurdo?

»Te contaré una parábola sobre dos personas que fueron a ver el árbol del conocimiento del bien y del mal.

»Habiendo llegado, cada uno tomó del árbol una manzana.

»¡El primero disfrutó de ésta y agradeció a Dios y al manzano! E incluso sembró con amor las semillas en su jardín. Los árboles crecieron. La paz y la armonía reinaban en su casa y él, su esposa y sus hijos eran felices.

»Al otro hombre la fruta le pareció agria y él la botó. Y —por rencor— rompió una rama del árbol, hizo de ésta un arco y con éste mataba animales. ¡Él nunca podrá encontrar la felicidad, mientras sigue engendrando la infelicidad dentro de sí!

»¡En aquel jardín había un solo árbol! ¡Y todas sus frutas eran iguales! ¡Pero cada hombre llevaba —dentro de sí— la oportunidad para la felicidad o para la infelicidad!».

* * *

Una vez en la casa del Maestro Fransua entró corriendo un hombre.

«¿En esta casa vive el Maestro Fransua? ¡Yo viajé por toda Italia y Francia para encontrarlo! ¡Y ahora, por fin, lo he encontrado!

»¡Permítame, señor, ser su discípulo!», pronunció él y cayó de rodillas ante el Maestro Fransua. Pero enseguida continuó hablando atragantándose por la excitación:

«Usted… ¡Usted no debe negarse! ¡Usted encontró la piedra filosofal! ¡Usted puede convertir el plomo en oro! Yo leí muchos tratados de “sublimación”. Logré gran éxito. ¡Estoy cerca de la meta, pero me falta algo para que la reacción se desarrolle bien!».

«¿Y para qué necesitas todo esto? ¿Cuánto oro quieres?», le preguntó tranquilamente el Maestro Fransua.

«Yo… ¡Yo tendría tanto oro cuanto quisiera! ¡Siempre podría producir oro! ¡Seré rico, y entonces libre! ¡Podré hacer todo lo que deseo, cualquier cosa! ¡Haría lo que me da la gana! ¡Ninguna mujer se me negaría!».

«¿Y qué vas a hacer al tener todo esto: el oro, las mujeres, el poder? ¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? Quizás, necesites sólo una mujer, aquella a la que amarás y que te amará a ti. Puede que para ser feliz, necesites solamente una casa con un jardín donde correrían sus hijos».

«¡Yo vine para aprender de usted! ¡Tengo dinero! ¡Puedo pagar por mi aprendizaje!».

«¡Estás malgastando tu vida en cosas que no necesitas!

»Has recibido tu primera lección, la misma que te podría dar si fueras mi discípulo. Si la aceptas, ¡serás feliz! Si no…

»Soy un boticario, no un hechicero. Receto esta medicina que da salud tanto al alma como al cuerpo.

»Has recibido tu receta. No te puedo ayudar más.

»¡Enrique, acompaña al señor hasta la puerta!».

* * *

«¿Qué es la piedra filosofal?», preguntó Enrique cuando la puerta se cerró tras el visitante.

El Maestro Fransua contestó:

«Las personas, que a veces se llaman alquimistas, tienen la convicción de que existe un elemento secreto, “el fundamento de la vida”, que permite transformar todo. Este elemento fue denominado piedra filosofal.

»Muchas personas —año tras año— combinan en probetas diferentes elementos para encontrar de esta forma dicha piedra filosofal, que puede, según ellos creen, transformar cualquier metal en oro.

»Pero el hecho es que en la antigüedad los verdaderos alquimistas usaban todos estos términos para hablar en secreto entre sí sobre las etapas y los elementos de la transformación del alma. Y la llave Divina, la verdadera piedra filosofal, era y es el amor, amor como la esencia del hombre, como un estado del alma.

»Todo puede ser llamado vivo en el universo.

»Sin embargo, una planta, un animal, una persona y Dios tienen diferentes niveles de la conciencia.

»Hay ciertas etapas del crecimiento que el alma debe cubrir para desarrollar la facultad de comprender y de percibir. ¡Después de dominarlas, ella podrá penetrar en las Profundidades multidimensionales vivientes y luego conocer su Esencia Divina, su Unidad con Dios!

»Y cuando el hombre-alma se asemeja a Dios, Le llamamos Cristo.

»¡Es posible alcanzar la Gran Armonía! ¡Su secreto está dentro del hombre! Allí —en su organismo multidimensional— se encuentran las energías de todos los planos universales. ¡Y el hombre-alma puede conocer todos estos planos y convertirse en lo Sutilísimo!

»Al igual que un fragmento puede reconocer su presencia en la Gran Integridad, el hombre, penetrando en todos los planos del Absoluto, puede llegar a ser Uno con la Creación entera y con su Fuente, que es el Creador.

»¡Él es similar a un Océano de Luz!

»Su Resplandor es como el de incontables Soles, cuyos rayos lo penetran todo.

»¡Él es Inconmensurable, Infinito!

»¡Es de esta manera como el hombre encuentra su piedra filosofal y conoce al Creador!».

* * *

El Maestro Fransua mantenía virtuosamente el equilibrio entre la fama y el anonimato. Él viajaba por Europa con varios compañeros. Luego sus compañeros se quedaban en algún lugar y desarrollaban aquellas cosas que habían aprendido.

Y Él —inalcanzable, imperceptible— seguía viajando y buscando nuevos compañeros. Así, gradualmente, Sus ideas y Luz se propagaban.

Una vez Él dijo:

«Yo hago la limpieza en la Tierra. Me esfuerzo por transformar la suciedad en suelo fértil y fructífero. Luego en este suelo, Yo planto las semillas del Amor, del Bien y de la Gran Sabiduría y las caliento y “despierto” con los Rayos del Sol.

»¡Sí, Yo poseo la piedra filosofal! ¡Llevo las almas de un nivel de comprensión al otro iniciando en ellas los procesos del crecimiento!

»Debemos trabajar muchísimo, ustedes y Yo, para que la sabiduría del Conocimiento Verdadero vuelva a la humanidad.

»¡Con todo, cada uno debe realizar este trabajo empezando por uno mismo! ¡Y así podrá convertirse en la fuente de Amor y de Luz en la Tierra!».