Ecopsicologia
ecologia espiritual

El Apóstol Andrés el Protocletos*

Parábola sobre el Profeta

Dijo Jesús: «Él vino,
pero no muchos Lo reconocieron.
Él hablaba, pero no muchos Lo escuchaban.

Él enseñaba, pero no muchos
ponían en práctica Sus Enseñanzas».

De los recuerdos del Apóstol Andrés


Vino a la Tierra un Hombre, enviado por Dios Padre.

Vio este Hombre que las personas se habían atascado en los pecados, que los vicios* se habían multiplicado en las almas y que las buenas costumbres habían sido olvidadas…

Vio este Hombre que las Enseñanzas sobre las Leyes Divinas habían sido negadas y que las personas habían perdido la esencia de las Escrituras Sagradas.

Así como es posible ocultar la suciedad y la deformidad del cuerpo con un vestido bonito, es posible ocultar las imperfecciones del alma con las palabras de las Escrituras, las que uno pronuncia, pero no cumple.

Todos hablan sobre la Ley, todos enseñan la Ley, pero no practican ni lo que dicen ni lo que enseñan.

Las personas no ven la Luz y no se dan cuenta de que viven en la oscuridad.

No sabía este Hombre cómo cambiar todo lo que observaba. Pues comprendía que si empezaba a hablar, Sus palabras se perderían en la exuberancia de las falsas enseñanzas que reinaban por doquier.

Entonces se quitó Sus vestes elegantes y se fue al desierto. Allí vivía y escuchaba a Dios, y Dios hablaba con Él.

Se difundió por la tierra el rumor de que un Profeta vivía en el desierto y escuchaba a Dios, aunque Él Mismo siempre guardaba silencio.

La gente empezó a concurrir para verle. ¡Y se maravillaban! Comenzaron a hacerle preguntas para ver a quién Él le contestaba.

Vino uno y Le preguntó: «¿Qué tan grande será la cosecha de este año?».

Vino otro y Le preguntó: «¿Cuándo se casa mi hijo?».

Vinieron más personas y Le preguntaban cosas como: «¿Cuándo mi cuñada va a dar a luz?, ¿Cómo puedo guardar y multiplicar mis riquezas?, ¿Cómo puedo hechizar a una muchacha y casarme con ella?».

Pero el Profeta guardaba silencio. Y las palabras que hubiera querido revelar a las personas quemaban Sus labios y el Amor de Dios colmaba Su corazón. Él estuvo en silencio durante 10 años.

El rumor sobre Él se difundía cada vez más porque cada vez más personas venían a verle. «¡Pues todos los profetas hablan, pero éste no dice nada!», pensaban ellos.

No obstante, el Profeta seguía guardando silencio. Y las palabras que hubiera querido revelar a las personas quemaban Sus labios y el Amor de Dios colmaba Su corazón. Él no habló durante 10 años más.

Su silencio atraía a más personas que los discursos de los otros.

Un día vino un joven. Él no buscaba ningún provecho material de la respuesta del Profeta. Él Le preguntó: «¿Qué palabra escondes Tú detrás de Tu silencio?».

Entonces el Profeta dijo: «¡Purifíquense!».

Y enseguida empezaron a llegar personas para purificarse de sus pecados.

Uno dijo: «¡Estuve enojado ayer, purifícame!».

Otro dijo: «Engañé ayer al negociar. Mentí. ¡Purifícame!».

El tercero dijo: «Era altivo y me entregaba a la vanidad. ¡Purifícame!».

Pero el Profeta se sumergió en el silencio otra vez. Llegaban las mismas personas, se arrepentían de nuevo de los mismos pecados y volvían a pecar.

El Profeta guardaba silencio.

«¿Por qué no quieres purificarnos?», Le preguntaron.

Él contestó: «¡La purificación no ocurrirá hasta que el arrepentimiento sincero lave completamente aquella imperfección del alma que da origen a determinado pecado!».

Y se sumergió otra vez en el silencio.

Solamente fluía el Río de la Luz Viviente, donde todos los pensamientos son visibles y todos los actos son evidentes. El Profeta permanecía en aquel Río y esperaba a aquellos que viniesen a Él a purificarse. El Río fluía y el tiempo pasaba.

La gente escuchaba Su silencio, Su profunda tranquilidad y aparecieron aquellos que Le comprendieron, aquellos que vinieron a purificarse.

El fuego de la vergüenza les quemaba. No podían ellos levantar sus ojos y no se atrevían a hablar. El fuego de la vergüenza les quemaba y las imperfecciones del alma desaparecían en éste.

El Profeta lavaba a los que llegaban con el agua pura y no había en Su cariñosa mirada ni un solo signo de reprobación.

¡El Río de la Luz Sagrada fluía! ¡Las personas entraban en Sus Aguas y se limpiaban de sus imperfecciones para no pecar más!

El Profeta decía:

«Es imposible eliminar de inmediato todas las imperfecciones del alma. ¡Quédense y aprendan a purificarse! ¡Todos los defectos del alma deben ser lavados y reemplazados por el amor!».

Además decía:

«¡Les bautizo en las Aguas del Río para que luego puedan recibir el Bautismo en el Fuego del Padre!

»¡El Que viene detrás de Mí traerá el Fuego Divino de Amor a la Tierra! ¡Y sólo el que se ha purificado como alma podrá conocer este Fuego!».

Así enseñaba el Profeta llamado por la gente Juan.