Simeón el Nuevo Teólogo
Parábola sobre el monasticismo
y sobre la meditación silenciosa
Dijo Jesús: «¡No mires con desdén a este hombre,
pues grande es la hazaña de aquel
que empezó a transformar
el mal dentro de sí mismo en el bien!».
De los recuerdos del Apóstol Andrés
Érase una vez un joven. Su familia era rica y noble. Él estudiaba con éxito varias ciencias y todos le predecían un futuro brillante en la corte del emperador.
No obstante, al muchacho le interesaban otras cosas. ¡Él no buscaba riquezas ni aspiraba a fama u honores, sino que muy a menudo pensaba en el significado de la vida humana, en Dios y trataba de comprender los misterios Divinos de la existencia!
Él incluso se decidió a pedir a su padre que lo dejara ir a un monasterio para su educación y purificación espirituales.
Pero su padre se indignó muchísimo de esa petición y le dijo:
«¡Eres tan joven! ¡Pero a un monasterio sólo van los viejos! ¡O aquellos que quieren hacer penitencia ante Dios por sus crímenes! ¡Piensa! ¡Todos los otros caminos están abiertos para ti!».
El joven le contestó:
«Pero, padre, ¿por qué tú piensas que sólo en la vejez, ante el umbral de la muerte, es preciso saber sobre Dios y sobre del significado de la vida? ¡Y si no llego a la edad de la vejez, entonces nunca podré comprenderlo!
»¡Quiero saber del significado de la existencia y de Dios, y no de cómo complacer al soberano o al cortesano! ¡Tampoco quiero saber cómo obtener una mejor posición o cómo multiplicar cien veces tus riquezas!
»Yo vi aquellos que murieron siendo jóvenes y vi aquellos que murieron siendo viejos. ¡El mismo destino nos espera a todos! Y si uno no sabe para qué vive, ¿qué respuesta dará a Dios cuando llegue la hora de su muerte?».
No obstante, el padre no permitió al joven ir al monasterio y él obedeció, pero no dejó su búsqueda del significado de la vida humana y de Dios.
Al otro día fue donde un anciano, el abad de un monasterio. Aquel anciano era muy respetado por todos.
El abad recibió al joven, quien le contó sobre su anhelo de llevar una vida monacal y sobre la resistencia de su padre. El anciano le miró con ternura y le dijo:
«Pero si no te atraen las tentaciones mundanas, sino el Amor al Señor, ¿por qué quieres vivir en un monasterio? ¡Viviendo en el mundo, podrás hacer lo mismo que aquí!
»¿Quién es un verdadero monje? ¡No es aquel que se escondió del mundo en su celda oscura para no ver ni oír a nadie!
»¡No por estar encerrada en las paredes de un monasterio, un alma se percibe ante Dios!
»¡Un monje es aquel que dedica al Señor todas sus obras y todos sus pensamientos y anhela purificar el alma ante Él!».
Entonces el joven pidió al anciano explicarle cómo podría observar el monacato viviendo en el mundo.
Le preguntó:
«¿Cómo debo vivir de aquí en adelante, a qué renunciar y qué anhelar?».
El anciano le contestó:
«¡No cedas ante tus debilidades ni al mal en ti! Y lo que es un mal siempre lo sabrás preguntando a tu conciencia. ¡Ella nunca te engañará!
»¡También renuncia a la pereza y a la ira!
»¡Renuncia a la verbosidad! ¡No digas palabras en vano y doma tu habla con silencio!
»¡No ofendas a los demás!
»¡Y no te sientas ofendido!
»¡Perdona cuando sean injustos contigo! ¡Resígnate y pide perdón, más aún cuando no tengas la razón!
»¡Jesús enseñaba a amar al prójimo! ¡Intenta realizarlo en la práctica!
»Esto será suficiente para empezar».
Pero el joven preguntó:
«¿Y cómo debo orar? ¡Pues los monjes están todo el día ante el Padre Celestial repitiendo en voz alta las oraciones y, a través de esto, obtienen la gracia!».
El anciano le contestó:
«Bueno, si quieres estar delante de Dios, te enseñaré una meditación silenciosa, la que puedes hacer siempre.
»¡Debes aprender a mantener el silencio interior, silencio cordial! ¡Y luego —no ante un icono, sino en tu corazón espiritual— enciende un candil de amor hacia el Padre! ¡Y que el fuego de este amor siempre arda en el silencio de tu corazón!
»¡Haz siempre todas las obras con paciencia y esmero! ¡Y no dejes de practicar esta meditación silenciosa!».
Entonces el joven empezó a tratar de cumplir todo lo que el anciano le dijo. ¡Pero esto resultó ser… muy difícil! Él comenzó a darse cuenta de los momentos en los que no lograba detener la irritación o el enojo. Notaba que decía con precipitación palabras superfluas e inoportunas. Se ofendía a menudo cuando otros eran injustos con él. Vio su pereza y muchas veces olvidaba practicar la meditación silenciosa.
Con todo, seguía trabajando sobre sí mismo.
Y con el tiempo aprendió a observar sus pensamientos y actos con tanta atención que se transformó rápidamente.
¡De allí en adelante, la meditación silenciosa empezó a llamear con alegría en su corazón y el joven vigilaba que no se apagara! ¡Desde aquel momento, el candil de amor, encendido para Dios, siempre resplandecía en el alma!
Un día el joven vino donde el anciano y le dijo:
«¡Al hacer esta meditación silenciosa, me siento tan bien que incluso me parece que Dios Mismo la observa!».
«Claro que la observa. ¡Dios ve todo y sabe todo, cada pensamiento y cada acto de cada uno! Sólo tienes que pensar en Él y Él estará presto a ayudarte con una respuesta. ¡Es así porque está siempre cerca y Le agrada tu meditación silenciosa! ¡Pues haciéndola, no quieres nada para ti, sino que, al contrario, solamente deseas glorificar y agradecer a Dios!».
En poco tiempo el joven se transformó tanto que incluso su padre se ablandó y le dejó realizar lo que el joven anhelaba, le dejó empezar su aprendizaje en el monasterio con el sabio anciano.
* * *
El sabio le seguía enseñando: «¡Has aprendido la primera meditación silenciosa, la meditación del corazón! Ahora te enseñaré la segunda meditación silenciosa que consiste en la unión del alma con el Espíritu Santo».
El anciano lo llevó hasta un flujo de los rayos solares que penetraban en el templo a través de una ventana y le dijo:
«¡Mira, este rayo del sol es parecido a la Luz Sagrada Que emana del Padre!
»¡El cuerpo del hombre es un templo y Dios es la Luz! ¡Entonces debes llenar tu templo del Flujo de la Luz Divina!
»¿Cómo es esta Luz, cuál es Su Naturaleza? Esta Luz es el Amor Que emana del Padre Celestial. Y esta Luz de Amor puede entrar en tu templo a través de tu corazón espiritual, corazón que fue abierto con la primera meditación».
¡De repente, el joven experimentó que la Luz era Viva y que era el Flujo del Amor Divino!
¡En esta Luz, por un momento, él percibió la Gran Pureza!
¡Y por un momento se unió con aquella Luz!
* * *
Desde aquel entonces pasó mucho tiempo durante el cual el joven trataba ardientemente de aprender la segunda meditación silenciosa. No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos, no lograba llenarse del Espíritu Santo otra vez, hasta que un día entendió que sólo aquella persona que se haya convertido en Amor, Amor puro, tierno y desinteresado, puede unirse con el Flujo del Amor Divino.
¡Pues lo semejante puede unirse solamente con lo semejante!
* * *
Viviendo en el monasterio, el joven vio que aquí pasaban las mismas cosas que en el mundo: enojo, ofensas, soberbia, envidia… Vio en los hermanos del monasterio aquello que consideraba inadmisible para un monje. Y su perplejidad iba creciendo.
Entonces un día se dirigió al anciano pidiendo su consejo y preguntando cómo podría ayudar a los demás en este caso y cómo debería actuar para que aquello que observaba no le indujera a reprobación.
El anciano le contestó:
«¡Un monje es aquel que aspira al conocimiento de Dios con todos sus pensamientos y con toda el alma!
»Pero el problema es que el alma no puede liberarse inmediatamente de todas esas envolturas pesadas que durante muchos años se han adherido a ella. ¡Estas envolturas nublan su vista, tapan sus “oídos”, camuflan heridas y defectos y paralizan con su peso, peso que no le permite al alma ver y experimentar la Luz del Señor!
»¡No es fácil quitar estas envolturas! Por lo tanto, las almas no se sanan ni se purifican muy rápidamente.
»El que puede ver sin condenar dichos defectos y envolturas de almas humanas puede convertirse en su sanador.
»Pienso designarte para mi puesto de abad, porque pronto tendré que irme.
»¡Eres joven, pero tu pureza y sinceridad ante el Padre Celestial garantizarán que cuides mejor que los otros a las almas humanas en esta casa del Señor! ¡También aquí podrás ayudar a los que buscan la purificación del alma y el amor hacia el Padre Celestial!
»Cuando veas que tienes la posibilidad de quitar, por lo menos, una envoltura pesada del alma, sanar una herida suya o corregir algún defecto, ¡hazlo en honor del Señor! ¡De aquí en adelante, esto será tu trabajo principal!
»Enseña a la gente mundana qué son la paz y el amor. También enséñales a cumplir los preceptos de Jesús.
»A los monjes de la hermandad, enséñales a estar delante de Dios y a percibirse como almas.
»Siempre que ayudes a los demás a alcanzar la pureza ante el Padre Celestial, obtendrás la sabiduría.
»Debes aprender a no condenar, sino a despertar en las almas un anhelo consciente de deshacerse de las imperfecciones.
»¡El Señor siempre te indicará el mejor remedio para una u otra alma!».
El anciano cesó de hablar, pero el joven se atrevió a preguntarle:
«Una vez has dicho que existe una tercera meditación silenciosa. ¡Cuéntame, por favor, sobre ésta!».
«Conocerás la tercera meditación cuando te abandones a ti mismo».
* * *
El anciano se marchó y el joven se convirtió en el abad del monasterio.
A partir de aquel momento, debido a la gran responsabilidad que asumió, él siempre preguntaba a Dios cómo actuar. ¡Y así empezó a escuchar Sus consejos y a ver Su Luz Resplandeciente, parecida a la luz del sol!
El Espíritu Santo comenzó a fluir a través de él y la sabiduría impregnó sus palabras y actos.
Y entonces dominó la segunda meditación silenciosa, porque el Espíritu Santo estaba en él y a través de él hablaba y actuaba.
* * *
Pasó mucho tiempo, durante el cual el nuevo abad ayudó a un gran número de personas a liberarse de las envolturas pesadas que paralizaban las almas y ocultaban la luz. Él sanó numerosas heridas y explicó a muchos cómo podrían corregir sus defectos.
En aquel entonces murió su padre y el abad heredó todas sus propiedades.
Sin embargo, no entregó aquella riqueza a la hermandad monacal, como muchos lo esperaban. Y no comenzó a cubrir iconos e interiores de templos con oro y con piedras preciosas, sino que abrió una escuela para niños, un hospital y un asilo de ancianos.
Algunos «monjes» de su monasterio estaban muy molestos con todo esto. Eran aquellos que vivían en el monasterio como en el mundo: buscaban para sí una posición y promoción, la amistad de los poderosos y el respeto de los subalternos, pero no buscaban en absoluto liberarse de los horribles defectos de las almas.
Entonces ellos se propusieron expulsar a su abad del monasterio y escribieron una carta diciendo que él estaba seducido por lo impuro. ¡Pues vio la Luz similar a la luz solar y, supuestamente, escuchaba consejos e instrucciones del Mismo Espíritu Santo! ¡Además, componía himnos dedicados a Dios en la perturbación de su mente!
Y el abad fue expulsado. Se quitó sus vestidos abaciales y se fue sin tener nada excepto su segunda meditación silenciosa que aprendió.
* * *
Cuando salía del monasterio, siendo ya un anciano con cabellos blancos, la gente le preguntó: «¿Quién eres?».
Él les contestó: «Un monje de Dios», y se dirigió hacia la orilla del mar.
Encontró allí un lugar solitario, una cueva en la montaña, y la habitó.
¡Y Dios estaba con él!
¡Y él vio a Dios!
¡Y escuchaba a Dios!
¡Y Dios siempre estaba con él!
¡Y el monje siempre estaba con Dios!
Y cuando él ya no salía de la Unión con la Luz del Espíritu Santo, ¡el Padre Celestial le abrió las puertas de Su Morada!
¡Y el alma se vistió con las ropas del Cristo!
¡Y entonces conoció la tercera meditación silenciosa, porque en aquel momento para él no había nada excepto Dios! ¡Sólo Dios era Todo y estaba en todo!
Desde aquel entonces, Dios empezó a vivir en él y realizaba a través de él aquello que debía realizar.
Y las señales de la Gracia Divina se presentaban alrededor del monje.
La gente comenzó a llamarlo «anciano santo» y el número de los peregrinos creció hasta tal grado que sus seguidores hubieron de construir una nueva morada cerca de la cueva en la que vivió.
El anciano no rechazaba a nadie y brindaba su ayuda y consejos a todos los que lo pidieron.
* * *
Un día vino un joven y le preguntó:
«Sabio anciano, ¿para qué has vivido?».
El anciano le contestó:
«¡Al principio vivía para conocer el amor cordial!
»¡Luego vivía para dar este amor a los demás, para enseñarles a amar con el fin de que ellos aprendan de nuestro Creador qué es ocuparse de los otros!
»Ahora Dios vive en mí y yo en Él. Y aquello que hago, es Él Quien lo hace».
El joven dijo:
«¡Enséñame también a vivir así!».
Y el anciano comenzó a contarle sobre la primera meditación silenciosa.